“Era la fuerza viva de lo humano, su savia indestructible, su interés por una vida social diferente lo que estaba cobrando fuerza por el contacto con la Antigüedad” Tenenti
La Edad Moderna es el tercero de los periodos históricos en los que se divide convencionalmente la Historia Universal, comprendido entre el siglo XV y el XVIII.
Cronológicamente alberga un período comprendido entre la caída del Imperio Bizantino y el descubrimiento de América (1453 y 1492) y la Revolución Francesa (1789).
En esta convención, la Edad Moderna se corresponde al periodo en que se destacan los valores de la modernidad (el progreso, la comunicación, la razón) frente al periodo anterior, la Edad Media, que es generalmente identificado como una edad aislada e intelectualmente oscura.
El espíritu de la Edad Moderna buscaría su referente en un pasado anterior, la Edad Antigua identificada como Época Clásica.
En este periodo, la fragmentaria sociedad feudal de la edad media, caracterizada por una economía básicamente agrícola y una vida cultural e intelectual dominada por la Iglesia, se transformó en una sociedad dominada progresivamente por instituciones políticas centralizadas, con una economía urbana y mercantil, en la que se desarrolló el mecenazgo de la educación, de las artes y de la música.
En la Edad Moderna se encontraron los dos "mundos" que habían permanecido aislados desde la Prehistoria: el Nuevo Mundo (América) y el Viejo Mundo (Eurasia y África).
El germen del arte en la Edad Moderna:
En el trasfondo del arte de la Edad Moderna hay toda una filosofía de la existencia sin la cual no tiene sentido ni puede explicarse este arte.
Las calamidades experimentadas en toda Europa en torno a 1348 (Peste Negra) convulsionaron a los pueblos porque les obligaron a encontrarse con sus limitaciones, y pusieron en crisis las referencias religiosas que les habían ofrecido una seguridad.
Se consolido una nueva valoración de la vida en la que básicamente el hombre ganaría en auto confianza, y, en la medida en que lo hiciera, descubriría que esa realidad en la que estaba insertado era una fuente de posibilidades para solucionar sus carencias y para llenar sus insatisfacciones. El hombre no iba a dejar de ser creyente pero la creencia pasaría a ser un aspecto más, sin ser la razón exclusiva de todo.
Como en cualquier época de la historia, factores sociales e históricos buscados o casuales, vendrían a perfilar la nueva pragmática.
En esta línea, la recuperación de la antigüedad, como consecuencia del nuevo afán por “saber”estimuló y ayudó a ese reencuentro del hombre consigo mismo.
Este saber enriquecido por un metódico pensar anularía soluciones fáciles preestablecidas, le llevaría a incorporar otros recursos, y marcaría nuevas necesidades en el diario vivir.
Era realmente un Renacimiento que, si se quiere ver cómo debe verse, con más amplitud que aquella que lo reduce principalmente a una atracción por la época clásica, conllevaba la preparación del inicio, de lo que, por razones de metodología para poder captar la historia, hemos clasificado como época moderna.
Los avances en los distintos campos del saber y del pensamiento, y la mayor abundancia de recursos para vivir, propiciaron condiciones para que la función social del artista comenzara a superar la del mero artesano para convertirse en una personalidad individualista, que destacaba en la corte, o en una figura de éxito en el mercado libre de arte.
Esto propicio un momento de plenitud que se materializó en la coexistencia de pensadores y estrategas, de mecenas y de creadores como Bramante, Leonardo, Rafael y Miguel Ángel.
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